La biografía de Francesco Tonucci es la historia de alguien que transformó su mirada infantil en una revolución educativa. Nacido en Fano, Italia, en 1940, este pedagogo, psicopedagogo e ilustrador ha dedicado más de cinco décadas a defender una idea aparentemente simple pero profundamente transformadora: los niños deben ser los protagonistas de su propio aprendizaje y de las ciudades que habitan.
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El pedagogo que nunca dejó de pensar como un niño
Conocido mundialmente por su seudónimo artístico «Frato», Tonucci ha sabido combinar la rigurosidad de la investigación científica con la sensibilidad del arte, creando viñetas que cuestionan con ironía y ternura los sistemas educativos tradicionales.
Sus dibujos, reconocibles al instante, muestran niños atrapados en aulas-prisión, adultos que no escuchan y espacios urbanos hostiles para la infancia. Cada trazo es una crítica, cada ilustración, una invitación a repensar nuestra relación con los más pequeños.
Los primeros pasos de un revolucionario silencioso
La biografía de Francesco Tonucci comienza en una Italia de posguerra, donde creció observando cómo los adultos reconstruían un mundo sin consultar a quienes lo heredarían. Esta experiencia marcó profundamente su visión. Tras licenciarse en Pedagogía en la Universidad Católica de Milán en 1963, comenzó a trabajar como maestro de primaria, una experiencia que resultaría fundamental para comprender desde dentro las limitaciones del sistema educativo.
Fue en las aulas donde Tonucci descubrió su verdadera vocación: no solo enseñar, sino aprender de los niños. Observó cómo el modelo tradicional sofocaba la curiosidad natural, cómo las evaluaciones medían la memorización pero ignoraban la creatividad, y cómo los horarios rígidos contradecían los ritmos naturales del aprendizaje infantil. Estas observaciones lo llevaron a investigar profundamente el pensamiento infantil, convirtiéndose en investigador del Instituto Psicológico del Consejo Nacional de Investigación de Italia (CNR), donde trabajó desde 1966.
La revolución del niño como ciudadano
El verdadero punto de inflexión en la biografía de Francesco Tonucci llegó en 1991 con la creación del proyecto «La città dei bambini» (La ciudad de los niños) en su ciudad natal, Fano. Esta iniciativa no era simplemente un programa educativo más; era una propuesta radical que planteaba reorganizar las ciudades tomando al niño como parámetro de diseño urbano.
Tonucci argumentaba que si una ciudad es buena para los niños, será buena para todos: personas mayores, personas con discapacidad, mujeres embarazadas. El proyecto promovía la autonomía infantil, el derecho a jugar en las calles, la participación de los niños en las decisiones municipales a través de los Consejos de Niños, y la transformación de espacios urbanos para recuperar el juego libre y el encuentro.
La propuesta se expandió como un movimiento imparable. Hoy, más de 200 ciudades en todo el mundo, desde España hasta Argentina, desde Perú hasta Colombia, han adoptado los principios de «La ciudad de los niños», convirtiendo esta filosofía en políticas públicas concretas que transforman barrios, plazas y la forma en que las comunidades entienden la infancia.
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Aportaciones destacadas a la educación infantil
Al explorar la biografía de Francesco Tonucci, resulta imposible no detenerse en sus contribuciones específicas al campo educativo. Su pensamiento pedagógico se articula en torno a varios pilares fundamentales que han influido en generaciones de maestros y educadores.
El aprendizaje desde la experiencia
Tonucci defiende que el conocimiento auténtico surge de la experiencia directa, no de la transmisión vertical de información. Los niños aprenden explorando, experimentando, equivocándose y reflexionando sobre sus errores. Esta visión conecta profundamente con las teorías constructivistas, pero Tonucci va más allá al exigir que las escuelas se abran al mundo exterior, que las aulas tengan ventanas reales y metafóricas hacia la vida cotidiana.
En sus conferencias, suele contar cómo los niños aprenden más sobre matemáticas en una panadería comprando pan con dinero real que resolviendo cien ejercicios abstractos en un cuaderno. Esta aparente sencillez esconde una crítica profunda a la desconexión entre escuela y vida, entre aprendizaje y significado.
El valor del juego libre
Una de las batallas más constantes en la biografía de Francesco Tonucci ha sido la defensa del juego libre, sin estructuras adultas, sin supervisión constante, sin objetivos pedagógicos predefinidos. Para Tonucci, el juego es el trabajo de los niños, su forma natural de conocer el mundo, de desarrollar habilidades sociales, de gestionar riesgos y de construir su autonomía.
Critica duramente la hiperprotección contemporánea que ha transformado a los niños en seres vigilados constantemente, cuyas agendas están repletas de actividades extraescolares organizadas por adultos. Argumenta que hemos creado una «generación encerrada», privada del derecho fundamental a jugar libremente en espacios públicos, a aburrirse, a resolver conflictos sin mediación adulta inmediata.
La escucha como método pedagógico
Quizás la contribución más radical de Tonucci sea su insistencia en la escucha auténtica. No se trata de preguntar a los niños para validar decisiones ya tomadas, sino de incorporar genuinamente sus perspectivas en el diseño educativo y urbano. Los Consejos de Niños que promueve su proyecto no son espacios decorativos, sino órganos consultivos reales donde las autoridades deben responder y justificar sus decisiones ante la infancia.
En educación, esto significa abandonar la pedagogía de la respuesta correcta única y abrazar la pedagogía de la pregunta abierta. Tonucci propone que los maestros se conviertan en facilitadores que escuchan las teorías infantiles sobre el mundo, que las toman en serio y que construyen conocimiento a partir de ellas.
La crítica a la evaluación tradicional
A lo largo de la biografía de Francesco Tonucci encontramos una crítica persistente al sistema de evaluación basado en exámenes y calificaciones. Señala que este modelo mide la capacidad de reproducir información, no la de pensar críticamente, crear o resolver problemas reales. Las notas, argumenta, clasifican a los estudiantes en exitosos y fracasados desde edades tempranas, destruyendo la autoestima y el amor por el aprendizaje.
Propone en su lugar una evaluación formativa, centrada en el proceso más que en el resultado, que reconozca los diferentes ritmos y estilos de aprendizaje, y que valore la creatividad tanto como la precisión.
Frato: cuando el arte amplifica el mensaje
La faceta artística de Tonucci no es un añadido decorativo a su trabajo pedagógico; es parte esencial de su método. Bajo el seudónimo Frato, ha publicado miles de viñetas que funcionan como pedagogía visual, accesibles incluso para quienes no leen textos académicos.
Sus ilustraciones muestran niños atrapados tras rejas que simbolizan pupitres, maestros convertidos en máquinas de hablar, padres obsesionados con los deberes escolares, ciudades diseñadas exclusivamente para automóviles. Cada dibujo es un espejo que refleja las contradicciones de nuestra relación con la infancia, provocando una sonrisa incómoda que invita a la reflexión.
Esta combinación de investigación rigurosa, activismo social y expresión artística hace única la biografía de Francesco Tonucci y explica su extraordinaria influencia internacional.
Un legado que transforma realidades
A sus más de ochenta años, Francesco Tonucci continúa viajando por el mundo, dando conferencias, asesorando ciudades y dibujando viñetas que siguen incomodando y inspirando a partes iguales. Sus libros, como «La ciudad de los niños», «Con ojos de niño», «¿Enseñar o aprender?» y «La soledad del niño», se han traducido a múltiples idiomas y son lectura obligatoria en facultades de educación de todo el mundo.
Su influencia trasciende lo académico. Ha logrado que alcaldes modifiquen políticas de movilidad, que arquitectos diseñen plazas pensando en el juego, que maestros cuestionen sus prácticas, que padres reconsideren su estilo educativo. La biografía de Francesco Tonucci es, en definitiva, la historia de cómo una idea persistente y bien fundamentada puede cambiar la forma en que una sociedad entiende y trata a su infancia.
El mensaje que permanece
Si tuviéramos que resumir décadas de trabajo en una frase, sería esta: los niños tienen derecho a ser niños, a jugar, a opinar, a equivocarse, a ser escuchados con seriedad y a habitar ciudades pensadas también para ellos. Este mensaje aparentemente simple contiene una revolución completa en nuestra forma de entender la educación, la infancia y la convivencia.
La biografía de Francesco Tonucci nos recuerda que los grandes cambios no siempre nacen de políticas impuestas desde arriba, sino de ideas potentes que germinan en la práctica cotidiana, en cada maestro que decide escuchar más y hablar menos, en cada familia que permite a sus hijos salir a jugar con amigos sin supervisión, en cada ciudad que devuelve una calle al juego infantil.
Tonucci nos invita a recuperar algo que hemos perdido: la confianza en los niños, en su capacidad de aprender, de autorregularse, de contribuir significativamente a la sociedad desde su propia perspectiva única. Y nos desafía con una pregunta incómoda: ¿estamos construyendo un mundo para los niños que soñamos que sean, o para los niños que realmente son?
La respuesta a esa pregunta define no solo el futuro de la educación, sino el tipo de sociedad que estamos construyendo.
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