Hay mañanas en las que un maestro entra al aula y, antes de que suene la campana de inicio, ya ha tenido que ser mediador en un conflicto entre familias, técnico informático arreglando el proyector, enfermero curando una rodilla raspada y psicólogo conteniendo la angustia de un pequeño que no quiere separarse de su madre. Y eso, solo en los primeros quince minutos del día. Yo a todo eso lo llamo ser un docente todoterreno.
Comprar el cuento Minino y la lluvia, de Meritxell Martí en Amazon España
La realidad es que el docente todoterreno es mucho más que alguien que enseña las letras y los números. Es ese profesional que cada jornada se multiplica, se transforma y se adapta a las mil y una situaciones que surgen en un aula de educación infantil. Y lo hace, casi siempre, sin manual de instrucciones y con una sonrisa que esconde el agotamiento.
Cuando el aula se convierte en un escenario de mil profesiones
En una misma mañana, ese maestro que eligió su vocación pensando en acompañar el desarrollo de la infancia se encuentra ejerciendo de detective emocional, descifrando qué le pasa a ese niño que hoy está más callado de lo normal. Se convierte en artista creativo inventando canciones para que recoger los juguetes sea menos dramático. Hace de trabajador social cuando detecta que algo no va bien en casa y necesita tender puentes con las familias.
También es animador sociocultural organizando la fiesta de otoño, técnico de sonido ajustando el volumen del cuento musicado, diseñador gráfico preparando los carteles del proyecto de la granja, fotógrafo documentando cada logro para las familias, y community manager gestionando el grupo de WhatsApp que nunca, nunca duerme.
Y entre todo eso, además, debe ser educador. Que es, al fin y al cabo, lo que estudió y lo que su corazón eligió.
Post recomendado: Estudiar Psicología a distancia: ¿qué universidades online ofrecen este grado?
El peso invisible de las expectativas
Lo más agotador no es solo la diversidad de tareas, sino las expectativas que cada una de ellas conlleva. Las familias esperan informes detallados y comunicación constante. La administración exige documentación, programaciones y evaluaciones. Los compañeros necesitan coordinación y trabajo en equipo. Y los niños, esos seres maravillosos que son el centro de todo, necesitan presencia, atención, cariño y coherencia.
El docente todoterreno carga con la responsabilidad de ser perfecto en todas esas facetas, cuando en realidad solo tiene dos manos, un cerebro humano y un corazón que, aunque inmenso, también se cansa.
No hay tiempo en el horario laboral para preparar materiales, así que se hace en casa. No hay hueco para formarse en las nuevas metodologías que todo el mundo pide, así que se hace en fin de semana. Y cuando surge un problema que requiere más tiempo, más escucha, más acompañamiento, se roba tiempo de donde no lo hay: del recreo, de la comida, del sueño.
Quizás los superhéroes no lleven capa
Porque sí, muchas veces se romantiza esta realidad hablando de «vocación» y de «superhéroes», pero la verdad es que los maestros no necesitan más capas simbólicas. Necesitan reconocimiento real, recursos suficientes y, sobre todo, que se entienda que no pueden —ni deberían— ser especialistas en todo.
Cuando un docente todoterreno detecta que un niño necesita apoyo logopédico, no debería tener que esperar meses para que llegue el especialista ni suplir esa intervención con buena voluntad. Cuando identifica una situación familiar complicada, no debería hacer de asistente social improvisado. Y cuando necesita formación en tecnología, primeros auxilios o gestión emocional, debería tenerla accesible, remunerada y dentro de su horario laboral.
Mirar con respeto lo que implica educar
Este artículo no busca la lástima ni el aplauso fácil. Busca algo mucho más importante: que se mire de frente, con respeto y honestidad, lo que realmente implica educar en la infancia. Que se reconozca que detrás de cada sonrisa, cada actividad bonita y cada niño que aprende, hay un profesional que está haciendo malabares con una carga que excede, con mucho, su rol.
Y sí, muchos maestros lo hacen con amor. Pero el amor no debería ser nunca la excusa para la precariedad, para la falta de recursos o para la sobrecarga.
Un homenaje necesario
A todos esos docentes que cada día son diez profesionales a la vez: gracias. Gracias por seguir adelante incluso cuando la mochila pesa demasiado. Gracias por cuidar, enseñar, acompañar y sostener a toda una generación. Gracias por no rendiros aunque a veces dé ganas.
Pero también hay que decirlo alto: merecéis mejores condiciones. Merecéis más tiempo, más apoyo, más formación y más reconocimiento. Porque educar no debería ser una hazaña heroica, sino una tarea posible, digna y sostenible.
Y mientras eso llega, que cada familia, cada compañero y cada persona que tenga cerca a un maestro lo sepa: están haciendo mucho más de lo que se ve. Y eso, definitivamente, merece todo nuestro respeto.


