La escena la conoce cualquiera que conviva con niños: la torre de bloques que se derrumba una y otra vez, el puzle que no encaja, los cordones que no se atan, el dibujo que «no queda bien». Y entonces llega el llanto, el grito, a veces incluso el golpe contra el suelo. La frustración en la infancia es tan común como necesaria, pero ¿sabemos realmente cómo acompañarla de forma respetuosa y educativa?
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Acompañar las emociones intensas de los más pequeños no es tarea sencilla, especialmente cuando el tiempo apremia, el cansancio pesa o simplemente no sabemos qué palabras usar. Sin embargo, aprender cómo acompañar la frustración de los niños es una de las herramientas más valiosas que podemos ofrecerles, porque lo que hagamos hoy marcará cómo gestionen sus emociones mañana.
¿Por qué hay niños que se frustran tanto?
La frustración es la respuesta emocional que surge cuando existe una diferencia entre lo que deseamos y lo que conseguimos. En los niños, esta brecha es especialmente grande: su imaginación vuela alto, pero sus habilidades motoras, cognitivas y comunicativas están aún en desarrollo.
A los dos años, un niño puede visualizar perfectamente la torre más alta del mundo, pero sus manos aún no tienen la coordinación necesaria para construirla. A los cuatro, puede querer explicar una historia compleja, pero le faltan palabras. A los seis, desea ganar siempre en los juegos, pero el mundo no funciona así.
Esta desconexión entre deseo y capacidad es completamente normal y, además, necesaria para el desarrollo. La frustración impulsa el aprendizaje, la perseverancia y la capacidad de adaptación. El problema no es que los niños se frustren, sino cómo les acompañamos cuando sucede.
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¿Qué pasa en el cerebro de un niño frustrado?
Cuando un niño experimenta frustración, su cerebro activa la amígdala, la parte responsable de las respuestas emocionales inmediatas. En ese momento, el córtex prefrontal —la zona encargada del razonamiento, la planificación y el autocontrol— queda literalmente desconectado.
Por eso, pedirle a un niño en plena rabieta que «piense», que «se calme» o que «lo intente otra vez» es como pedirle que vuele. Su cerebro está inundado de cortisol, la hormona del estrés, y necesita primero volver a la calma para poder procesar información.
Entender esta realidad neurológica es fundamental para cambiar nuestra forma de actuar. No se trata de niños «malcriados» o «caprichosos», sino de cerebros inmaduros que necesitan ayuda para regularse.
¿Cómo acompañar la frustración de los niños de forma respetuosa?
La pregunta no es si debemos intervenir, sino cómo hacerlo de manera que el niño aprenda a gestionar sus emociones sin reprimirlas ni desbordarlas. Aquí es donde entra en juego el acompañamiento emocional respetuoso.
1. Validar antes que solucionar
El primer impulso de muchos adultos es intentar solucionar el problema rápidamente: «No pasa nada», «Es muy fácil, mira», «No llores por eso». Estas frases, aunque bienintencionadas, invalidan la emoción del niño y le transmiten que lo que siente no es importante o no es adecuado.
En cambio, validar significa reconocer la emoción sin juzgarla: «Veo que estás muy enfadado porque la torre se ha caído», «Entiendo que es frustrante cuando no sale como quieres», «Sé que querías hacerlo tú solo y es difícil».
Esta validación no significa estar de acuerdo con conductas inadecuadas (como pegar o romper cosas), sino reconocer que la emoción es legítima, aunque la expresión pueda necesitar límites.
2. Mantener la calma (o al menos intentarlo)
La regulación emocional es contagiosa. Si el adulto reacciona con gritos, prisas o ansiedad, el niño escalará aún más su frustración. Por el contrario, una presencia calmada actúa como un «regulador externo» que ayuda al sistema nervioso del niño a volver al equilibrio.
Esto no significa fingir que todo está bien ni reprimir las propias emociones. A veces, es perfectamente válido decir: «Yo también me estoy sintiendo frustrado, voy a respirar hondo para calmarme». Modelar la autorregulación es una de las enseñanzas más poderosas.
3. Acompañar físicamente cuando sea necesario
Algunos niños necesitan contacto físico para calmarse: un abrazo, sostenerles las manos, sentarse a su lado. Otros necesitan espacio y distancia para procesar su emoción. No hay una fórmula única, pero sí es importante ofrecer y respetar las necesidades individuales.
Frases como «¿Necesitas un abrazo o prefieres estar un ratito solo?» dan al niño el control sobre su proceso de regulación y le enseñan a identificar qué le ayuda en cada momento.
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¿Qué hacer cuando la frustración se convierte en rabieta?
Las rabietas son la expresión más intensa de la frustración, especialmente entre los 18 meses y los 4 años. En esos momentos, el niño ha perdido completamente el control y necesita que el adulto sea su «contenedor emocional».
Durante la rabieta
- Garantizar la seguridad: Lo primero es que el niño no se haga daño ni lo haga a otros. A veces esto implica sujetar con firmeza pero sin agresividad, o retirar objetos peligrosos.
- Reducir estímulos: Bajar la voz, apagar luces si es posible, llevar a un lugar más tranquilo si la situación lo permite.
- Presencia sin presión: Estar cerca, disponible, pero sin bombardear con palabras o exigencias. A veces, simplemente quedarse en silencio es lo más efectivo.
- No negociar ni ceder por agotamiento: La rabieta no es el momento de establecer acuerdos. Los límites se mantienen firmes, pero con empatía.
Después de la rabieta
Una vez que la tormenta emocional ha pasado, es el momento de conectar y aprender:
- Ofrecer consuelo: Muchos niños se sienten asustados después de una rabieta intensa. Necesitan saber que seguimos ahí, que no les hemos dejado de querer.
- Hablar sobre lo sucedido (cuando estén receptivos): «Antes estabas muy enfadado porque querías el columpio y estaba ocupado. La frustración es incómoda, ¿verdad?»
- Explorar alternativas juntos: «La próxima vez que algo así pase, podríamos…» Aquí el objetivo no es que el niño «lo haga bien» inmediatamente, sino plantar semillas de aprendizaje.
¿Cuándo es normal que un niño se frustre y cuándo preocuparse?
La frustración es universal en la infancia, pero hay señales que pueden indicar que necesitamos apoyo profesional:
- Rabietas muy frecuentes (varias al día) que se prolongan más allá de los 5 años.
- Conductas agresivas hacia sí mismo o hacia otros de forma sistemática.
- Dificultades importantes para calmarse incluso con acompañamiento.
- Frustración que interfiere significativamente en la vida diaria, el juego o las relaciones.
- Regresiones marcadas en el desarrollo emocional.
En estos casos, consultar con un profesional de la psicología infantil puede ayudar a identificar si hay dificultades subyacentes que necesitan atención específica.
Estrategias preventivas: enseñar a gestionar la frustración antes de que llegue
Aunque no podemos (ni debemos) evitar que los niños se frustren, sí podemos construir su «caja de herramientas emocionales» para que tengan recursos cuando la frustración aparezca.
Fortalecer la tolerancia a la frustración gradualmente
Como un músculo que se entrena, la capacidad de tolerar la frustración se desarrolla poco a poco. Esto implica:
- Ofrecer retos ajustados: Ni tan fáciles que aburran, ni tan difíciles que desborden. La zona de desarrollo próximo es ese punto dulce donde el niño necesita esforzarse, pero puede conseguirlo con un poco de ayuda.
- No solucionar todos sus problemas: A veces, el mejor acompañamiento es dar tiempo y espacio para que lo intenten solos, ofreciendo apoyo solo cuando lo pidan.
- Celebrar el esfuerzo, no solo el resultado: «Has intentado atarte los cordones muchas veces, eso es ser muy perseverante» en lugar de «¡Qué bien que ya te los ates!».
Nombrar y normalizar las emociones en el día a día
Los niños que tienen vocabulario emocional gestionan mejor sus sentimientos. Podemos ayudarles:
- Leyendo cuentos sobre emociones.
- Nombrando nuestras propias emociones: «Mamá está frustrada porque se me ha quemado la cena».
- Señalando emociones en otros: «¿Has visto qué cara de frustración ha puesto ese personaje?».
- Usando herramientas visuales como el termómetro emocional o la rueda de emociones.
Crear rutinas predecibles
La frustración aumenta cuando el mundo parece caótico e impredecible. Las rutinas dan estructura y seguridad, reduciendo los momentos de desbordamiento. Esto no significa rigidez extrema, sino cierto orden que el niño pueda anticipar.
Enseñar técnicas de calma
Desde pequeños, los niños pueden aprender estrategias de autorregulación:
- Respiración consciente: «Vamos a respirar como si olemos una flor y soplamos una vela».
- El rincón de la calma: Un espacio acogedor con cojines, libros tranquilos, objetos sensoriales, donde el niño puede ir (voluntariamente) cuando necesita un respiro.
- Movimiento corporal: Saltar, correr, bailar, abrazar un cojín fuerte. El movimiento ayuda a liberar la tensión física.
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Diferencias por edades: cómo acompañar la frustración de los niños según la etapa evolutiva
De 1 a 3 años: la etapa del «yo solo»
En esta fase, la frustración está muy ligada a la necesidad de autonomía. Los niños quieren hacer cosas que aún no pueden: vestirse, comer solos, abrir puertas.
Cómo acompañar la frustración de los niños en esta etapa pasa por:
- Anticipar y adaptar el entorno para facilitar su autonomía (ropa fácil de poner, vasos adaptados, etc.).
- Ofrecer opciones limitadas: «¿Quieres ponerte primero los zapatos o el abrigo?».
- Validar con palabras muy sencillas: «Es difícil, ¿verdad?».
De 3 a 6 años: el desarrollo del pensamiento mágico y la competitividad
La frustración en esta etapa aparece en el juego, las relaciones sociales y las expectativas sobre sí mismos. Los niños empiezan a compararse con otros y pueden sentirse frustrados si no son «los mejores» o si pierden en los juegos.
- Evitar la competitividad excesiva en casa y en el aula.
- Modelar cómo perder con deportividad.
- Trabajar la empatía: «¿Cómo crees que se siente tu amigo cuando le quitas el juguete?».
De 6 años en adelante: complejidad emocional y académica
A partir de los 6 años, la frustración se vuelve más compleja porque aparecen las exigencias escolares, las comparaciones sociales más elaboradas y la autocrítica. Ahora sí pueden reflexionar sobre sus emociones de forma más profunda.
- Fomentar el diálogo sobre lo que sienten: «¿Qué pensabas cuando no te salía el problema de mates?».
- Enseñar estrategias de resolución de problemas: «¿Qué opciones tienes? ¿Qué podría pasar con cada una?».
- Cuidar las expectativas y la presión externa (académica, deportiva, etc.).
Errores comunes al acompañar la frustración de los niños
A pesar de las mejores intenciones, hay patrones que pueden dificultar el aprendizaje emocional:
1. Sobreproteger y evitar toda frustración
Allanar constantemente el camino para que el niño no se frustre nunca es, paradójicamente, perjudicial. Los niños necesitan experimentar dificultades para desarrollar resiliencia, creatividad y capacidad de superación.
2. Minimizar o ridiculizar la emoción
Frases como «Ya estás otra vez», «Esto es una tontería», «Los niños mayores no lloran por esto» invalidan la experiencia del niño y le enseñan a reprimir o avergonzarse de sus emociones.
3. Castigar la expresión emocional
Enviar al niño a su habitación por estar frustrado, retirarle privilegios o enfadarse con él por «portarse mal» cuando en realidad está desbordado emocionalmente, solo le enseña que no puede contar con el adulto cuando más lo necesita.
4. Ceder ante la frustración para que se calle
Si cada vez que el niño tiene una rabieta en el supermercado se le compra lo que pedía, aprenderá que la frustración descontrolada es un medio efectivo para conseguir lo que quiere. Los límites deben mantenerse con firmeza amable, especialmente cuando las emociones están intensas.
La frustración como oportunidad de aprendizaje
Cada momento de frustración es una oportunidad para que el niño aprenda algo valioso sobre sí mismo, sobre el mundo y sobre cómo relacionarse con ambos. Cuando acompañamos de forma respetuosa, estamos enseñando:
- Que todas las emociones son válidas, aunque no todas las conductas lo sean.
- Que los errores son parte del aprendizaje, no fracasos que definan su valía.
- Que pueden contar con nosotros incluso en sus momentos más difíciles.
- Que tienen capacidad de superación, porque han vivido la experiencia de intentar, fallar, frustrarse y finalmente conseguirlo.
- Que la frustración es temporal, pasa, y después vienen momentos mejores.
Aprender cómo acompañar la frustración de los niños no es un destino al que se llega, sino un camino que se recorre día a día, con paciencia, con errores, con aprendizajes mutuos. No se trata de hacerlo perfecto, sino de hacerlo consciente, presente y amoroso.
Cada vez que un adulto se agacha a la altura de un niño frustrado, valida su emoción y le acompaña sin juicios, está plantando las semillas de una salud emocional que durará toda la vida. Porque los niños que aprenden a gestionar su frustración se convierten en adultos capaces de enfrentar desafíos, de perseverar ante las dificultades y de mantener el equilibrio emocional incluso cuando las cosas no salen como esperaban.
Y eso, sin duda, es uno de los regalos más valiosos que podemos ofrecerles.


