¡Hola, grupo! ¿Cómo lo estáis llevando? ¡Espero que genial! 🙂 En el post de hoy os voy a hablar un poquito de Iván Pávlov y del aprendizaje por asociación. ¿Os animáis a leer la entrada completa? ¡Vamos a ello con ganas!
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A lo largo de la historia de la psicología, pocas figuras han sido tan influyentes —y a la vez tan malinterpretadas— como Iván Pávlov. Reconocido principalmente por sus estudios sobre el condicionamiento clásico, su trabajo ha trascendido las fronteras de la fisiología y la psicología para dejar una huella profunda en ámbitos como la publicidad, la medicina, el entrenamiento animal y, por supuesto, la educación.
Sin embargo, cuando hablamos de educación infantil, rara vez se menciona a Pávlov como una figura de referencia. Esto se debe, en parte, a que nunca diseñó un modelo pedagógico ni trabajó directamente con niños. Y aun así, su influencia sigue presente en el aula, en las estrategias de enseñanza, en la forma en que los educadores comprenden la conducta infantil, y en cómo abordan el aprendizaje temprano.
Iván Pávlov, un científico curioso ante una revelación accidental
Nacido en 1849 en Riazán, Rusia, Pávlov no inició su carrera como psicólogo, sino como fisiólogo. Su interés estaba centrado en comprender los procesos biológicos del cuerpo humano, especialmente en lo que respecta al sistema digestivo. En sus investigaciones, observó un fenómeno que, aunque al principio parecía anecdótico, cambiaría radicalmente el rumbo de su carrera y de la psicología del siglo XX: los perros de su laboratorio comenzaban a salivar no sólo al ver la comida, sino también al escuchar los pasos del cuidador que se la traía.
Este comportamiento, aparentemente trivial, llevó a Pávlov a profundizar en cómo los estímulos del entorno podían generar respuestas biológicas, incluso sin la presencia directa del estímulo original. A partir de este descubrimiento, desarrolló lo que hoy conocemos como condicionamiento clásico, una forma de aprendizaje en la que un estímulo inicialmente neutro (como el sonido de una campana) puede provocar una respuesta (como la salivación) si se presenta de forma repetida junto a un estímulo significativo (como la comida).
Aunque estos experimentos se realizaron con perros, su trascendencia fue inmediata en el campo del comportamiento humano. Pávlov acababa de abrir una puerta hacia la comprensión científica de cómo aprendemos ciertas reacciones, hábitos y emociones. Y esa puerta no tardaría en conectar con la educación.
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El aprendizaje por asociación: una base para la pedagogía conductual
Lo que Pávlov descubrió es que gran parte del aprendizaje —especialmente en edades tempranas— ocurre de manera asociativa. Es decir, los niños no siempre aprenden de manera consciente o voluntaria. Muchas de sus reacciones, emociones y actitudes se desarrollan porque han sido asociadas, a lo largo del tiempo, con determinados estímulos. Esta lógica es especialmente evidente en los primeros años de vida, cuando los procesos racionales aún no están completamente desarrollados, y la experiencia sensorial y emocional ocupa un lugar central.
Por ejemplo, un niño puede comenzar a llorar cada vez que entra en el aula si ha asociado ese entorno con experiencias desagradables, como una separación abrupta de sus padres, una reprimenda humillante o el rechazo de sus compañeros. Del mismo modo, puede entusiasmarse con la lectura si ha experimentado momentos placenteros de cercanía y ternura mientras alguien le leía cuentos.
El condicionamiento clásico, entonces, ofrece una explicación poderosa para comprender cómo se generan ciertas actitudes hacia el aprendizaje, hacia la escuela y hacia uno mismo. Nos ayuda a entender por qué algunos niños desarrollan ansiedad frente a los exámenes, por qué otros se entusiasman con determinadas asignaturas, y cómo las experiencias emocionales vividas en la infancia pueden marcar profundamente su relación futura con el conocimiento.
Repetición, rutina y seguridad: claves del aprendizaje infantil
Uno de los grandes aportes indirectos de Iván Pávlov al ámbito educativo es su contribución a la comprensión del valor de las rutinas y de la previsibilidad en el entorno infantil. En sus experimentos, Pávlov demostró que la repetición y la consistencia en la presentación de los estímulos eran fundamentales para generar una respuesta condicionada. En educación, esta idea se traduce en la importancia de generar entornos estructurados, donde los niños puedan anticipar lo que ocurrirá, sentirse seguros y establecer relaciones estables con los adultos y las actividades.
No es casual que en la educación infantil se utilicen canciones para indicar la transición entre actividades, o se mantengan rituales diarios (como la asamblea de la mañana, el saludo de despedida, o el momento de lectura después de comer). Estas prácticas no solo organizan el tiempo, sino que generan asociaciones afectivas y cognitivas que refuerzan el aprendizaje.
Si el niño asocia una canción con un momento placentero de juego libre, su cuerpo y mente se prepararán automáticamente para ese estado emocional cuando escuche la melodía. Esto no solo facilita la organización del grupo, sino que también fortalece el bienestar emocional y la predisposición al aprendizaje.
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El papel de las emociones en el aprendizaje según Iván Pávlov
La emoción no es un accesorio del aprendizaje; es su motor. Pávlov fue uno de los primeros científicos en demostrar cómo los estímulos podían adquirir un valor emocional por mera asociación. Hoy, sabemos que el cerebro infantil procesa la información nueva a través del sistema límbico —el centro de las emociones—, lo cual confirma lo que Pávlov intuyó hace más de un siglo: para que el aprendizaje ocurra, debe estar cargado de significado emocional.
Un niño no recuerda lo que el adulto le explicó de manera fría y mecánica, pero sí recuerda lo que vivió con emoción: una historia que lo conmovió, una experiencia que le provocó risa o sorpresa, un momento de reconocimiento afectivo tras un logro. La pedagogía emocional moderna, así como la neuroeducación, se apoyan sin saberlo en esa base pavloviana: aprendemos mejor cuando sentimos.
Más allá del conductismo: límites y adaptaciones del legado de Pávlov
Sería ingenuo pensar que todo aprendizaje infantil puede reducirse a estímulo y respuesta. Los niños no son perros de laboratorio, ni autómatas pasivos que repiten lo que se les presenta. Aprenden también explorando, creando, preguntando, imaginando. En este sentido, las críticas al conductismo han sido necesarias y valiosas. Pensadores como Jean Piaget y Lev Vygotsky, por ejemplo, aportaron una visión más rica y compleja del desarrollo cognitivo y social.
Sin embargo, sería injusto desechar el legado de Pávlov. De hecho, muchos modelos pedagógicos actuales integran sus descubrimientos de manera complementaria. Las técnicas de modificación de conducta, los sistemas de refuerzo positivo, los programas de intervención conductual para niños con TEA, o los diseños de ambientes educativos que buscan generar asociaciones positivas con el aprendizaje, son todos ejemplos vivos de cómo el condicionamiento clásico sigue presente.
¡Y hasta aquí el post de hoy sobre Iván Pávlov! ¿Qué os ha parecido el post de hoy? ¡Ojalá os haya resultado interesante y útil! Y por supuesto… ¡nos leemos en la próxima entrada!